miércoles, 30 de mayo de 2007

Agotamiento

Creo que este es el momento para ser sincero. Ya no hay retorno y estoy demasiado cansado como para mentirme de nuevo. Mi boca en el espejo frunce la comisura izquierda de la boca, como diciéndome “sabés que muchas veces dijiste lo mismo”. Nada cambió, esa mueca está intacta y cargada de la soberbia que me alimentó durante demasiados años. Ya no emiten palabras mis labios, no es necesario. Están hartos de repetir, sin cesar, los mismos vocablos gastados. La sucesión de fonemas, organizados en una perfecta cadena sintagmática, resulta vacía ante la costumbre. Hace años que no hablan. Secos de ideas, solo tratan de acordarse las ideas de otras personas, ya lejanas, para hacer que el eco en el aire suene interesante

Mis ojos, en el mismo reflejo, escupen palabras de rencor por las noches y días que pasaron abiertos, surcando poco a poco las imágenes entre los vericuetos del humo que impregnaba el ambiente. Están rojos. Ríos teñidos de rojo recorren, como en un delta, las órbitas a media asta de mi visión cansada. ¿Cuántas cosas pasaron por delante de ellos sin que se inmutaran? Muchas omisiones en mi memoria se guardaron en esta parte de mi alma: su espejo. No pretendo recordarlas, mas sí purgarlas. No cargaron los lentes de la sabiduría, sino la capa obscura que filtraba todos los colores a la vez. La única manera de soportar el golpe de la estrella. Se niegan a observarme, pero no pueden esquivarme. Cumplen la doble función de ser juez y parte en esta querella. Aceptan con sumo disgusto su labor y me lo recriminan a cada segundo.

Mi nariz se esfuerza, en el último intento porque ingrese aire casi puro en mis negros pulmones. Muchas veces quisieron aceptar la idea de morir, antes de funcionar con un andar errático. Y otras tantas, quizás las más, apostaron a la falacia del aire puro, a dejar de lado el alquitrán mezclado con nicotina que simulaba el tabaco negro. Nada más atravesó mis fosas nasales. Miedo antes que curiosidad; control en un aspecto de mi cara; tal vez el único; ganas no faltaron.

Mi pelo está revuelto, se niega a aceptar la doma rigurosa que impone la sociedad. Hay quienes dicen que el torbellino es producto de la fuerza de las ideas que brotan con furia, desde lo más profundo de mis neuronas. Yo no creo que sea así. Son los tormentos los que fluyen con la violencia de un volcán. No tengo barba que manifieste algún intento de propagar la desprolijidad de mis cabellos. Aunque si la tuviera, no podría tapar, por más frondosa que fuese, lo que veo en este instante.

Todo en cuanto veo parece proferir un insulto. Pero con la altura suficiente como para que sea entendido por un grupo selecto, conjunto del que formo parte. Me disgusta, pero ya es tarde. Crucé el punto sin retorno, la encrucijada más extraña, aquella que impide retomar sobre mis pasos. De una manera ajena a cualquier razón, no logro comprender a quien aborrezco más. Alguien me preguntó alguna vez: ¿Qué es lo que vez, cuando te mirás al espejo?

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